Ya hace una semana que pasé una gripe fuerte que me dejó con pocas ganas y energía de acompañar a mis pacientes, o debería decir, ¿asistirlos?
Tal vez este párrafo pueda resonar en aquellos terapeutas que se encuentran actualmente trabajando en el hemisferio sur de su continente, donde la época invernal nos toca la puerta reiteradas veces. Claramente, uno podría enfermarse en cualquier época del año, pero los resfriados y gripes de estación son un menú corriente en estos tiempos. A lo que voy con este pequeño escrito es que jamás me había puesto a reflexionar sobre el lugar que tenemos los terapeutas en estos tramos en los que una enfermedad puede irrumpir en el vínculo transferencial y traspasar los límites de lo imaginario con aquellas personas que acompañamos. Aquellos conceptos lacanianos, tan olvidados, hoy vuelven a mi mente. ¿Será que es mi culpa que, por momentos, me dejo idealizar?; ¿por momentos necesito ser tan requerido para calmar mi necesidad de complacer a otros, incluidos mis pacientes?. Qué ambivalente y contradictorio puede resultar aquello, cuando en realidad intentó poner limites en mi trabajo, y creo lograrlo.
Es que sí, colegas queridos, somos indispensables para sostener la salud de nuestros pacientes y/o acompañados, a tal punto que no podemos enfermar. No va a ser cosa que las fantasías dirigidas a nuestra imagen se vuelvan realidad, y ni pensar en que lleguemos a decepcionar a alguien que nos necesita tanto.
Déjenme decirles algo interesante: todo reproche en un vínculo es un reclamo de amor. Si lo llevamos al plano del vínculo terapéutico, forman parte de las expresiones de la transferencia. Todo reclamo dirigido hacia nuestra persona tendrá la impronta del contenido del vínculo, y aquí se encuentra en parte el drama que envuelve al paciente, y del cual somos los personajes principales, al menos por un tiempo.
¿Cómo podríamos llevar a interpretación o análisis estos momentos de la terapia sin caer en una actuación? Cuando no hemos trabajado lo suficiente nuestros conflictos internos, quedamos enredados en los sinfines de aquellos reproches que nos dirigen nuestros pacientes. Imagínense cómo es posible pensar en un terapeuta que no puede sanar, no puede contener o no puede sostener; se vuelve un tanto impactante para el otro. De esta manera, la figura imaginaria, muchas veces idealizada y cargada de muchísimas expectativas, cae. Y si no somos capaces de establecer límites, quedamos atrapados en un espacio que no es el nuestro.
Les voy a poner un ejemplo cotidiano: imaginen que "Yo, Lorena, enferma o imposibilitada para atender hoy", me tomo el día para poder recuperarme. Elijo el autocuidado y comunicó con un mínimo de antelación a la familia de mis pacientes. Hasta ahí todo ok. Sin embargo, luego en mi casa, tengo la absurda pero tan real sensación de fallarles. Una culpa enorme se apodera de mí y hace que al otro día vuelva a retomar el trabajo cuando aún no estoy lista. Y no solo eso, me sumo otras responsabilidades que no tenía planeadas esta semana, y lo hago para calmar la preocupación por no estar cumpliendo con mi trabajo. ¿Te suena? Pues claro que sí, te suena porque eres un ser humano que siente, que sufre y que también puede estar en momentos de vulnerabilidad.
Asumir el lugar de terapeutas implica abandonar la falsa creencia de ser comprendidos por nuestros pacientes cuando algo nuestro (personal) irrumpe en el vínculo. Asumir este lugar implica reconocer primero en nosotros las limitaciones que tenemos en el Ser-profesional, y reflexionar de manera profunda los riesgos de intentar ofrecernos como objetos o herramientas a ser utilizadas por otros, con todo lo que aquello implica.
Nos encantaría que todos con los que establecemos un vínculo en el acompañamiento empaticen con nuestro estado, puedan ponerse en nuestro lugar o sean condescendientes. Los límites en el plano imaginario dentro de los vínculos, tienen razón de ser, y motorizan el trabajo terapeutico. Sin embargo aquello que sostiene nuestro trabajo no puede basarse en las expectativas del otro. Necesitamos hacer movimientos dentro del vínculo, los cuales son requeridos para avanzar generar verdaderos cambios.
El encuadre es ese espacio que nos brinda el cuidado necesario para funcionar. Nos preserva y nos cuida de las demandas desmedidas. Ser capaces de comunicarnos adecuadamente con un mínimo de antelación o comunicar de manera simple y clara, sin sobre justificar ni excusar, los momentos en que nos ausentaremos por enfermedad es fundamental. Es importante cuidar aquel vínculo sin esperar que el otro (paciente) lo comprenda. Más bien se trata de una aceptación. Lo que se acepta es el contrato/acuerdo de trabajo que establecimos.